El miércoles son los funerales de Margaret Thatcher.
Ella odió a todo el mundo, como bien lo dijo con voz clara
Morrisey, pero también odió a los niños como una bruja.
Margaret la bruja, la mala, le quitaba el trabajo a los
papás y organizaba sindicatos esquiroles de traidores, la bruja, culpable de
los cientos de huérfanos argentinos e ingleses, la bruja que cuando fue
ministra de educación retiró los vasos de leche gratuitos de las escuelas, la
bruja que no era la "Dama de hierro" de los periódicos cursis fuera
de Inglaterra sino la "ladrona de leche".
En medio del torbellino de opresión crecieron niños, como
Billy Elliot que sueña con ser bailarín en medio de las huelgas mineras o como
Shaun el niño skinhead de 12 años que pierde a su papá en las Malvinas en This
is England, dos historias sobre el dolor de crecer. Únicamente recuerdo una frase de la bruja,
culpable ella y sus políticas de la violencia en los barrios y es, claro, una
frase repleta de odio: "Voy a crucificar a todos los skinheads".
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